Reflexiones desde la realidad y la ficción
Eduardo Serrano
Curador
2008
Así como en los años sesenta del siglo pasado, en pleno auge de la pintura abstracta artistas como Andy Warhol y Gerhard Richter introdujeron silenciosamente un cambio radical en la historia de la pintura al explorar una nueva figuración mediante la reproducción de imágenes fotográficas tomadas de periódicos y avisos publicitarios, de la misma manera también ahora, en pleno auge de las manifestaciones artísticas cercanas o derivadas de lo conceptual, hay artistas que están introduciendo un nuevo tipo de pintura figurativa -y es más, en algunos casos ¡realista!- contradiciendo el fundamentalismo académico que ordena vetar, no sólo el arte de representación, sino las prácticas artísticas tradicionales en favor de las instalaciones, los performances y otros tipos de producciones que se podrían catalogar como neo-dada.
No se trata sin embargo de que las obras de estos pintores emergentes planteen una superación de las prácticas artísticas neo-vanguardistas a la manera evolutiva de los sucesivos estilos modernistas, ni de que en ellas se desconozcan los aportes de las neo-vanguardias. Por el contrario, en buen número de estas obras es reconocible la adopción de recursos, propósitos o nociones traídas a la palestra por iniciativas neo-vanguardistas, y en todas ellas son evidentes las inquietudes, las problemáticas y el contexto artístico y social contemporáneo. Su carácter de representación es, por lo tanto, diferente del carácter de los muchos tipos de representación que se han dado a lo largo de la historia, y dada su sintonía con las prioridades artísticas actuales podría calificarse como un tipo de representación pos-arte conceptual.
Entre los artistas en cuyas obras se evidencia esta dualidad entre representación y contemporaneidad figuran: Mauricio Arroyave, Nadir Figueroa, Alejandro García, Pablo Guzmán, Edwin Monsalve, Carlos Andrés Montoya y César del Valle, formados en la Universidad de Antioquia, orientados por Oscar Jaramillo, uno de los dibujantes más talentosos del panorama artístico colombiano de las últimas décadas, quienes han agudizado sus destrezas en el Taller de la Estampa, y cuyas obras empiezan a irrumpir en la escena artística nacional con notorias fuerza y lucidez.
Su trabajo, en general, pone de relieve una tajante independencia de las modas y preceptos que han orientado la producción plástica reciente en el país. Algunos se expresan preferentemente a través del dibujo, otros de la pintura y otros utilizando inesperados aditamentos, ensamblajes y combinaciones. Pero la representacionalidad de su obra no está orientada simplemente a la reproducción gráfica o pictórica de cosas, objetos, animales o personas, sino a la representación de percepciones, actitudes, sensaciones y conceptos. A pesar de tratarse en algunos casos de obras realizadas con esforzado rigor y precisión, ninguna es tan objetiva como pueden parecer a primera vista, sino que permiten vislumbrar una asertiva subjetividad, un particular punto de vista sobre el arte, y un empeño, no tanto en reflejar el mundo, la sociedad, o los intersticios de la mente, como en explorarlos, confrontarlos y encontrarles aplicaciones pertinentes en la vida actual.
Sus obras, consideradas en relación con la realidad y la ficción, dan pie a apreciaciones como las siguientes:
El menos apegado a la descripción precisa de realidades concretas entre los artistas mencionados es Carlos Andrés Montoya, un dibujante minucioso y espontáneo que deja que su mano obedezca sin mucha mediación sus pensamientos y cuya producción, por consiguiente, es de una notable transparencia en relación con los rumbos de su imaginación. En sus imágenes se combinan tanto el pasado, el presente y el futuro, como el primer plano, los planos intermedios y el fondo, es decir, dimensiones divergentes del tiempo y el espacio, presentadas sin diferenciaciones ostensibles, con lo cual logra, no sólo una extraña relación entre las acciones y objetos representados, sino una desconcertante simultaneidad en la presentación de un universo particular y propio donde caben el humor y las incógnitas, inquisiciones trascendentales y fútiles certezas, indagaciones acerca de una realidad que no es estática y lucubraciones sobre un tipo de ficción que puede convertirse en realidad.
El trabajo de Alejandro García también podría calificarse como dibujo puesto que la línea es protagonista, aunque la mancha juega igualmente un papel preponderante. En sus obras la ficción es evidente en el hecho mismo de constituir simulaciones, en tanto que la realidad es reconocible no sólo por el verismo de algunas de sus imágenes, sino por el pelo humano real que complementa las representaciones haciendo las veces de plumón de aves, bigote de personajes o parte del follaje y la vegetación. Podría decirse que en sus imágenes hay hálitos de vida puesto que el pelo es una formación filamentosa que tiene vida propia la cual continúa desarrollándose aun después de muerta la epidermis. Su producción plantea, por consiguiente, que el significado de una obra puede emerger tanto de su lectura como de su hechura, e insiste en reinventar el proceso de la representación para lo cual ha creado un Manual de Dibujo con Pelos donde se presentan varias opciones para la utilización de este anejo cutáneo como elemento gráfico.
El término representar implica volver a presentar y eso es literalmente lo que sucede con las mariposas de Edwin Monsalve la mitad de las cuales se presenta directamente, en su realidad física sobrepuesta sobre el lienzo, en tanto que la otra mitad se re-presenta por medio de pinturas de manifiestos rigor y precisión. Pero esta mezcla en la misma imagen de lo real y lo ficticio, de lo concreto y lo ilusorio, precisamente por la minuciosidad y exactitud de su trabajo, en lugar de resultar clarificadora y enfatizar las diferencias recalcando la veracidad de lo real y el equívoco en la representación, hace que la realidad pierda verosimilitud en tanto que la representación adquiere visos de realidad. Es decir, en las manos de Monsalve el parecido entre lo real y lo simulado se vuelve una manera de desestabilizar lo familiar y lo reconocible más que de reafirmar lo conocido como ha sido tradicional en los realismos y nuevo-realismos que han surgido a través de la historia.
En algunas de las obras de César del Valle la realidad se presenta como las postrimerías de un instante que deja claros testimonios de su transcurso tanto a través de las imágenes como en los vestigios de una estrecha relación entre las representaciones, el medio y el soporte. El concepto tiempo es fundamental en su producción en la cual la escena registrada pareciera transformarse o diluirse ante la mirada sorprendida del observador, evaporarse, regresar a su esencia original, el grafito, o escaparse del papel por aberturas y rasgados que permanecen como evidencias de su huida. Es decir, aunque la fotografía, que por definición es registro del pasado, se halla claramente vinculada con sus representaciones y el artista lo enfatiza con la utilización del blanco y negro, en los dibujos de del Valle el tiempo pareciera extenderse hasta el presente y sus imágenes, bien, introducirse en la realidad, o bien, introducir al observador en su ficción dando pie a una confusión al tiempo poética y perturbadora.
Nadir Figueroa parte así mismo de fotografías para su representación de escenas urbanas en las que cada esquina, objeto, edificio, valla, vehículo o transeúnte representa una historia diferente pero igualmente elocuente acerca de las experiencias y entorno del artista. Sus representaciones también se internan en los ámbitos de la realidad puesto que su bidimensionalidad en ocasiones se proyecta hacia el observador por medio de recursos tridimensionales o se ensambla en una especie de vitrinas que permite extenderlas en el espacio replicando su original horizontalidad, e inclusive se ubican para ser miradas hacia arriba cuando implican la bóveda celeste. Su trabajo hace manifiesta su coincidencia con el pensamiento Lacaniano de que lo real es el conjunto de entidades independientemente de que sean percibidas por el ser humano, y de que en cambio, la realidad, que es el sujeto de sus representaciones, está matizada de subjetividad y se halla determinada por las capacidades y maneras de observación de un determinado individuo en una determinada época.
La pintura de Pablo Guzmán desarrolla un constante diálogo entre la realidad y la ficción, puesto que dada la escala real y el verismo de sus representaciones, logra alterar visualmente los espacios de la realidad, involucrarse en ellos, proyectarse desde y hacia ellos, consiguiendo desubicar al observador e implantarle serias dudas acerca de los límites y características físicas del lugar donde se encuentra. Guzmán representa elementos de antigua tradición en la plástica como puertas y ventanas, pero en lugar de mostrarlas como representaciones, las instala con la lógica de elementos arquitectónicos reales y las acompaña con intervenciones en los muros lo cual no sólo le permite enfatizar que la realidad es fácilmente transformable, sino que lo verosímil no es necesariamente lo verdadero sino lo que tiene apariencia de verdad. Los personajes representados detrás de los dinteles o en las cercanías, parecieran traspasar sin problema la frontera entre las dimensiones física e ilusoria y relacionarse por igual entre ellos y con el observador.
También el espacio es el meollo de la pintura de Francisco Arroyave, pero en su caso se trata fundamentalmente del espacio ilusorio característico del arte de la pintura. Arroyave representa lugares solitarios, yermos, umbríos, aunque penetrados por luces exteriores que no alcanzan a extirpar su carácter melancólico ni a reducir su lobreguez ni su misterio. De alguna manera, sus representaciones parecieran esperar ser habitadas por memorias o visiones, trayendo a colación el viejo parangón entre las imágenes pictóricas y el pensamiento. En este orden de ideas su obra constituye una clara reiteración de que el sentido de la vista permite comprobar lo existente e inferir lo posible, aunque lo posible en el caso de su obra es infinito puesto que puede ser distinto para cada observador de acuerdo con sus experiencias y expectativas. Es decir, no obstante tratarse de lugares que podrían darse en cualquier parte del mundo, se presentan imbuidos con un sentido de enigma y ambigüedad, que abren el campo de la representación para incluir múltiples e inclusive contradictorias maneras de lectura.
Las obras de los artistas participantes en esta exposición que se presenta simultáneamente en las galerías La Cometa de Bogotá y Naranjo Velilla de Medellín, ponen de relieve que el arte actual evoluciona no sólo en relación con los logros de la generación precedente, sino en respuesta al panorama social y cultural de su tiempo. Sus trabajos contienen una actitud crítica puesto que dejan la impresión de que fueron realizados con la exquisita complacencia de haber hecho exactamente lo que se les había enseñado a no hacer. Pero también se trata de obras que revelan algunas de las vías por las cuales la pintura representacional se ha transformado en una práctica conceptual, y que demuestran que sus propósitos ya no son simplemente los de reproducir el mundo visible ni los de reivindicar una tradición, sino los de convertirse en una plataforma para plantear ideas y argumentos que tengan injerencia y validez en la sociedad contemporánea.